lunes, 12 de enero de 2009

Carta de un hijo a sus padres

No me grites.
Te respeto menos cuando lo haces. Y me
enseñas a gritar a mí también y yo no quiero hacerlo.
Trátame con amabilidad y
cordialidad igual que a tus amigos.
Que seamos familia, no significa que no
podamos ser amigos.
Si hago algo malo, no me preguntes
por qué lo hice.
A veces, ni yo mismo lo sé.
No digas mentiras delante de mí, ni
me pidas que las diga por ti (aunque sea
para sacarte de un apuro).
Haces que pierda la fe en lo que dices y me siento mal.
Cuando te equivoques en algo,
admítelo.
Mejorará mi opinión de ti y me enseñarás a
admitir también mis errores.
No me compares con nadie,
especialmente con mis hermanos.
Si me haces parecer mejor que los demás,
alguien va a sufrir (y si me haces parecer peor,
seré yo quién sufra).
Déjame valerme por mí mismo.
Si tú lo haces todo por mí, yo no podré aprender.
No me des siempre órdenes.
Si en vez de ordenarme hacer algo, me lo
pidieras, lo haría más rápido y más a gusto.
No cambies de opinión tan a menudo
sobre lo que debo hacer.
Decide y mantén esa posición.
Cumple las promesas, buenas o malas.
Si me prometes un premio, dámelo, pero
también si es un castigo.
Trata de comprenderme y ayudarme.
Cuando te cuente un problema no me digas:
"eso no tiene importancia..." porque para mí sí la tiene.
No me digas que haga algo que tú no haces.
Yo aprenderé y haré siempre lo que tú hagas,
aunque no me lo digas. Pero nunca haré lo que
tú digas y no hagas.
No me des todo lo que te pido.
A veces, sólo pido para ver cuánto puedo recibir.

Quiéreme y dímelo
A mí me gusta oírtelo decir, aunque tú no creas
necesario decírmelo.

No hay comentarios: